“Un grupo de 14 hombres de distintas personalidades, de diversas procedencias y profesiones, viaja en un avión de carga de la línea aérea arábiga Arabco, el avión es un Fairchild C-82 Packet. El vuelo se realiza sobre el desierto del Sáhara.
Una tormenta de arena que no puede ser evitada, origina una avería en los motores. El capitán Frank Towns (James Stewart) y su navegante Lew Moran (Richard Attenborough) se ven obligados a realizar un aterrizaje de emergencia. El avión queda casi completo, y casi todos los pasajeros, menos dos, sobreviven, un tercero queda herido de gravedad. La radio no funciona.
Los pasajeros esperan ser rescatados pronto, pero comienzan a preocuparse al enterarse por un pequeño radio portátil de uno de los pasajeros (Ernest Borgnine), que la tormenta los había desviado de curso, y los buscaban lejos de donde se encontraban. Las provisiones, solo dátiles, y el agua, son racionados; el calor del desierto los atormenta.
Uno de los pasajeros, el capitán británico Harris (Peter Finch) decide salir junto con otro pasajero, en dirección a un oasis que aparece en sus mapas. Su ayudante, el sargento Watson (Ronald Fraser) es ordenado a acompañarlos, pero finge una torcedura en su pie y se queda. Pocos días después, regresa el capitán Harris solo, sin haber encontrado el oasis, su acompañante había fallecido.
Otro de los pasajeros, un alemán llamado Heinrich Dorfmann (Hardy Krüger) que se había mantenido al margen, propone a los demás construir un pequeño avión, utilizando para ello partes del avión siniestrado. La tarea es titánica, ya que hay que desarmar y cortar las alas en buen estado y unirlas al único motor no averiado, y reemplazar el tren de aterrizaje por patines hechos de planchas de metal. En la carga del avión encuentran algunas herramientas y equipos que pueden servirles para este propósito.
Al principio la idea es rechazada por el capitán, pero ante la fatal e inexorable perspectiva que enfrentan, finalmente se aprueba y todos deciden colaborar para salvar sus vidas. El grupo entiende que el autor intelectual de la idea, es un ingeniero de aviación. La difícil tarea es llevada a cabo durante las horas de la noche, para evitar el sol, y son dirigidas por el alemán. Durante el día se duerme.
Finalmente, el engendro de aeroplano monomotor, de aspecto bastante primitivo, es terminado y bautizado Phoenix, en honor a la leyenda del ave Fénix que resucita de sus cenizas.
Se ha unido toda una parte de la cola del motor bueno y su ala, con la otra ala del motor dañado; el tren de aterrizaje es a base de refuerzos de aluminio y posee un habitáculo para dos personas solamente, el resto deberá viajar acostados sobre las alas, amarrados con arneses.
Una cosa es que este ensamblado, otra que parta, y otra que vuele. En ese momento el grupo descubre que el generador de la idea es solo un maquetista aeronáutico que trabaja en una empresa de hobbies, y no un ingeniero; pero el Phoenix ya está ensamblado, y el engendro es su única esperanza.
El capitán Towns intenta hacerlo partir usando cartuchos de ignición. Solo hay 5, si el motor no logra partir, no lo hará jamás.
Al final logra en forma dramática, partir con un último cartucho, para la alegría del grupo. Los sobrevivientes se encaraman en las alas y el Phoenix logra levantar vuelo, sacando a los sorprendidos sobrevivientes del infernal desierto.
Más tarde divisan una empresa petrolera en Marada, un oasis, y allí aterrizan. Se puede decir que ahora están a salvo”.
El COVID 19 ha sido el causante de la mayor cancelación masiva de vuelos de distintas aerolíneas del mundo, lo que ha ocasionado que no solo haya un volumen incalculable de pérdidas económicas para la industria aeronáutica, sino también otra cuestión significativa: se han visto obligados a quedarse en tierra, hasta le fecha, más de 7000 aviones alrededor del mundo, lo que representa alrededor de una cuarta parte de una flota total de más de 26.000 aviones.
Junto al anuncio de Easyjet y otras aerolíneas de dejar sus flotas en tierra, muchos son los hangares de mantenimiento, pistas de rodaje y pistas de aterrizaje de muchos aeropuertos las que se van convirtiendo, poco a poco, en centros de estacionamientos para las aeronaves que van dejando de operar.
En los días que tenemos por delante muchos más de irán sumando a esta lista y los cielos seguirán vaciándose, las aerolíneas seguirán plegando sus alas, y los “nuevos protagonistas” del sector serán los miles y miles de ingenieros, técnicos de mantenimiento e inspectores que tendrán bajo su responsabilidad el preservar y mantener las aeronaves en condiciones adecuadas y analizarán la necesidad de replanificar el mantenimiento o gestionar las devoluciones de aeronaves pertinentes para no incurrir en gastos innecesarios que puedan llevar a las empresas aéreas a no poder hacer frente y hacerse insolventes.
Es una oportunidad, y lo estamos viendo, en la que se incrementan las necesidades de personal aeronáutico altamente cualificado, dispuesto a asumir las demandas de las aerolíneas y centros de mantenimiento que trabajan día a día en la preservación del sector, y de nuevos conocimientos específicos en cuanto a los procesos de aceptación, inspección y devolución de aeronaves.
Así las cosas, aunque estamos delante de un futuro aeronáutico ciertamente incierto, no queda otra que seguir confiando en la fortaleza de nuestro sector y de su capacidad de resurgir, incluso de las cenizas, como el ave fénix.